- Temes al invierno?

- No.

- ... márchate.

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16 abr 2010

Lluvia

El monótono golpeteo rítmico llenaba todos y cada uno de los rincones de la cabaña. Se unían a el, el silbido del viento entre las juntas de madera de las contras y el suave crepitar de la pequeña hoguera, que a duras penas permanecía encendida a causa de la humedad.

En una de las ventanas, la mano de una mujer se separó del cristal dejando tras de si una leve huella allí donde su aliento había alcanzado el cristal.

- Crees que parará pronto?

Teniendo el silencio como única respuesta, la mujer se giró y contempló con el ceño fruncido al ocupante del sofa de mimbre que se hallaba estratégicamente colocado frente a la chimenea.
Aquel gesto pareció llamar la atención del hombre, pues tras un enorme suspiro, contempló la ventana donde antes había estado la mujer.

- Ya sabes la respuesta. Porbablemente estemos días así, y luego todo estará lleno de barro. Habrá que recuperar las plantas que no queden sepultadas, pero al menos los animales están resguardados...

El hombre se interrupió bruscamente y ella se abrazó los codos con un escalofrío. A fin de cuentas ambos habían escuchado perfectamente aquel quejumbroso aullido, demasiado humano para ser animal y demasiado animal para ser humano.
Quizá el sonido no los hubiese alterado tanto de no ser porque resonaba al otro lado de la puerta de la cabaña.

La mujer se situó detrás del robusto hombre, que parecía haber adoptado una actitud desafiante a pesar de no portar ningún arma. En dos zancadas llegó a la puerta, que parecía pequeña en comparación a sus dos metros de alto.

La abrió de golpe, ignorando las débiles protestas de su esposa, dispuesto a enfrentarse a lo que fuera.
Y tan solo lo recibió el viento y el agua helada que marcaba el final del invierno y el inicio de la tímida y breve primavera.

Sus ojos castaños recorrieron ávidamente el perímetro de los bosques que rodeaban a la vivienda, sin encontrar nada más que sombras.

Su cuerpo pareció relajarse y de alguna forma, su altura incluso pareció disminuír.

Fue ella la primera en percatarse de que todo había cambiado. Ella, la primera en gritar y correr hacia la entrada, agachándose y recogiendo algo que parecía un montón de pieles malolientes.

Fue su mano la que cerró la puerta y la apuntaló, justo en el momento en el que algo pesado chocaba contra la misma y hacía temblar hasta la última viga de la robusta cabaña.
Y de ella fue el mérito de encontrarla.

Pasaron algunos minutos antes de que ninguno se atreviese a respirar, escuchando aquellos rugidos y gritos que rodeaban la cabaña y la hacían estremecerse, pero sin poder entrar. Contemplaron absortos como el fuego se apagaba y todo se convertía en oscuridad, una oscuridad que casi parecía viva, la lluvia atronaba y amenazaba con penetrar a través del techo de pizarra negra, hecho para resistir la mayor de las nevadas sin inmutarse si quiera y que sin embargo, ahora crujía amenazadoramente.

Pero al igual que había llegado, la tormenta se fue, arrastrando consigo todos aquellos sonidos y devolviendo todo al silencio.
Un silencio tan extraño, que decidieron romperlo al fin, temerosos de lo que pudiera depararles.

- Qué demonios ha sido eso?- dijo el, manteniendo la voz firme. No tanto como sus manos, que parecían temblar como la cabaña segundos antes.

- Y pretendes que yo lo sepa? Pensé... oh, dioses, pensé que...- un quejido interrumpió sus palabras.

El la abrazó sin decir nada y ella se sumió en un silencioso llanto, sin dejar de soltar aquel montón de pieles apestosas.
Se mantuvieron así hasta que algo, dentro de aquel montón de pieles, decidió sujetar la camisa de cuadros de franela que el llevaba, cosa que le hizo apartarse dando un traspié a la vez que maldecía.

- Grace, suelta eso. Se ha movido.

Ella emitió otro extraño quejido y ante el asombro de el, su rostro se dulcificó mientras lo acercaba a aquella, cosa, lo que fuera.

- No puedo soltarla.

- Porqué no?- perguntó el mostrando una leve curiosidad.

Por toda respuesta, ella le tendió el extraño bulto mientras con una mano apartaba las pieles superficiales.

Entonces el compredió lo que tenía ante sus ojos, y aunque sus instintos seguían recordando las circunstancias en las que había aparecidodido, no pudo evitar acercarse a su mujer y abrazarla, mientras el sol mostraba una débil presencia entre el perenne gris del cielo e iluminaba y calentaba toda la extensión de tierra marrón y blanca que se hallaba bajo sus rayos.

En el piso de arriba, un montón de voces infantiles reclamaban atención, unas con palabras, otras todavía con llantos incomprensibles.
Abajo, tres personas se contemplaban fijamente y en silencio, dos de ellas desde la madurez que les confería, la otra, como si ya fuera adulta, cosa que desde luego no era. O al menos, su aspecto era el de un bebé de apenas unos meses, sin embargo había algo... en sus ojos?

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